Lecturas del mes de Noviembre

En el camino Artemio caminaba bajo las estrellas. Iba por un camino de tierra rumbo a su pueblo. En los lados del camino había maizales, y entre éstos oscuridad y silencio, pues no soplaba ni una brisa. Reinaba en la noche una quietud mayor que la usual, y esa quietud y el silencio que causaba, hacían que Artemio escudriñara la oscuridad constantemente, porque sentía que algo no estaba bien. Artemio divisó el resplandor de las luces del pueblo, que allá entre los cerros, parecía el comienzo luminoso de un nuevo amanecer. En un punto de su caminata volteó, escudriño forzando la vista y, se dio cuenta que alguien lo seguía. Por el andar y la silueta encorvada dedujo que era una anciana. Se detuvo a esperarla porque supuso que sería alguien del pueblo, pero cuando él paró, la otra figura oscurecida también. Al notarlo Artemio siguió su camino. Tal vez la anciana, que veía de él solo la silueta, no quería acercarse más por temor, concluyó Artemio. El resplandor del pueblo iba creciendo pero todavía estaba lejos, aún así, comenzó a llegar desde esa dirección un rumor vago que se entreveraba con distantes notas musicales, que se apagaban del todo por instantes y surgían nuevamente como si viniera en ráfagas sonoras. Artemio apuró el paso con la intención de dejar a la vieja atrás. Si bien suponía que solamente era una anciana desconfiada, una sensación horrible crecía dentro de él; era el miedo, y el miedo casi nunca escucha la voz del pensamiento. Volteó nuevamente al creer que había dejado muy atrás a la vieja, mas ésta seguía a pocos metros de distancia. Aquello ya era demasiado extraño, había dado pasos largos y rápidos, casi había corrido. Aún faltaba camino y no podía seguir así; o descubría que sólo era una persona… o que pasara lo que tuviera que pasar, resolvió Artemio. Paró y desanduvo sus pasos. Esa actitud hizo que la silueta encorvada se detuviera, y súbitamente dijo: - Quiero que me lleve, joven - la voz sonaba áspera y temblorosa. - Yo… cómo le voy a llevar si, si ando a pie - dijo Artemio. - No importa; me voy a subir en tu espalda ¡Jajajaja...! - rió alocadamente la decrépita anciana, que en realidad era una bruja espantosa de cara peluda y deforme. Artemio quiso huir corriendo, pero apenas giró rumbo al pueblo, la bruja se le subió en la espalda, y rodeándolo con sus brazos y las piernas se aferró con fuerza a él. Artemio gritó como nunca antes lo hizo, y ya medio enloquecido por el terror, giró tratando de desprenderse de la bruja, y al no poder conseguirlo, salió corriendo y se internó en la oscuridad del maizal. En el pueblo, la gente seguía bailando y festejando halloween: era la noche de brujas. ¡Feliz halloween! Todos los halloween Desde ese halloween, cada vez que llega esa fecha, paso un día terrible y una noche peor, aunque no he vuelto a ver a aquella cosa. Como en mi ciudad no hay ninguna actividad el día de halloween, planeamos la nuestra, y un pequeño grupo de jóvenes nos reunimos durante la noche en la plaza que hay frente al cementerio; y ahí nos pusimos a contar cosas tenebrosas; cuentos que conocíamos o inventábamos en el momento. La plaza es más bien una manzana despoblada con algunos bancos, unos hamacas y unos árboles. Cruzando una calle angosta se encuentra el cementerio. En todo el largo de esa cuadra, donde corre el muro del campo santo, hay pinos en la vereda, unos pinos altos y delgados, y está el gran portón de rejas de la entrada. Era una noche calurosa. Alrededor de las luces de la plaza pululaban cientos de insectos nocturnos de vuelo errático, que tanto chocaban contra las luces como contra nosotros. Por momentos soplaba una ráfaga de viento cálido que cruzaba rumorosa entre los pinos. Cuando uno contaba un cuento de terror los demás escuchábamos atentamente, pero ante un final absurdo o que no asustaba nos echábamos a reír y a hacer bromas. Nos estábamos riendo a carcajadas, cuando un hombre que cruzaba por la plaza nos reprochó: - Tengan más respeto - nos dijo -, están frente al cementerio. - Y qué importa - objetó uno de mis compañeros -. No estamos molestando a nadie. - Siga su camino que nadie le preguntó nada, viejo chismoso - dijo otro. Ante esas palabras el viejo se fue poco a poco. Seguimos con nuestros cuentos, las bromas, las carcajadas estridentes, y la noche fue avanzando. Una luna llena, ya algo desgastada, asomó detrás del muro del cementerio y se fue elevando entre dos pinos. Observando a la luna, noté que sobresalía algo en el filo del muro. - ¿Qué es aquello que está arriba del muro? - pregunté señalando el lugar; todos voltearon. - Parece la cabeza de una persona - observó uno. En ese momento también me parecía una cabeza, la cabeza de alguien que estaba tras el muro, del lado del cementerio. Creo que todos sentimos lo mismo: un terror súbito, pero aun así seguimos mirando. La luna marcaba perfectamente el borde del muro y el contorno de aquella cabeza. Desde nuestro lugar no distinguíamos sus facciones (por suerte), pero un movimiento rapidísimo de la cabeza nos dio a entender que no era un humano (por lo menos ya no), pues se desplazó lateralmente por el borde del muro como si su cuerpo estuviera flotando, o como si solamente fuera una cabeza levitando. Ahí sí reaccionamos y cada huyó hacia su hogar. Poco rato después de llegar a mi casa me fui a acostar, mas la claridad que daba en mi cara me hizo levantar y fui a cerrar la persiana, y cuando lo estaba haciendo, vi, con la visión periférica, que aquella cosa me observaba desde lo alto del muro de mis vecinos. Mis compañeros no volvieron a verla después de huir de la plaza, pero esa noche todos experimentaron la aterradora sensación de ser observados Te sigo Cirio iba a las clases particulares que impartía una maestra en una antigua casona. Las clases eran de noche. Otros niños también iban a la misma hora, y al tener compañeros, Cirio olvidaba por momentos lo mucho que lo asustaba la casa; mas bastaba voltear hacia algún retrato sonriente, o hacia algún rincón ensombrecido para volver a inquietarse y vigilar disimuladamente su entorno. En medio de una de las clases se apagó la luz de pronto. La habitación quedó en penumbras, y la poca luz que entraba por la ventana, que era la luz de la luna, formó inmediatamente contornos tenebrosos ante los ojos de Cirio. - ¡No se levanten de sus asientos! - les ordenó la maestra -. La luz debe volver en cualquier momento. - Quiero irme a casa - dijo uno de los niños. - Si la luz vuelve enseguida seguimos con la clase, si demora después llamo a sus padres. Ahora a quedarse quietos en sus asientos. Cirio estaba muy asustado como para hablar, y los otros también se estaban inquietando. La maestra, caminando lentamente, fue hasta la puerta y la abrió completamente, y asomándose fuera de la habitación, vio que un resplandor luminoso crecía y temblaba en el extremo del corredor que daba a la sala de la casa. - ¡Niños! Mi marido está encendiendo las lámparas que hay en la sala. Vamos hacia ahí pero de forma ordenada. Procuren no tropezar y formen una fila india, tómense del hombro del compañero que tienen adelante, y así me van siguiendo, ¿entendieron? - ¡Sí maestra! - respondió un par de ellos. Evitando chocar con las sillas, los niños se fueron alineando. Cirio puso su mano en el hombro del que tenía adelante, y sintió que una mano se apoyaba en el suyo. De esa forma, siguiendo a la maestra, salieron de la habitación y atravesaron el corredor. Cerca de la sala y la claridad que reinaba en ésta, Cirio sintió que retiraban la mano de su hombro; no le dio importancia y siguió caminando sin voltear; mas al llegar a la sala, vio que todos sus compañeros habían caminado delante de él; él era el último.

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